Lejos está ya esa época del siglo XIV en que los nobles más ricos pagaban grandes fortunas a la Iglesia para borrar sus pecados. Lejos está ya esa época de esplendor en que la Iglesia acumulaba grandes riquezas en forma de decorados de oro y santos. Y lejos está ya la época en que la iglesia dictaba el rumbo de la humanidad, que estaba amenazada continuamente con ir al infierno si pecaba.
Pero han pasado ya quinientos años y el poder de la iglesia se ha desmoronado tremendamente. Nadie le hace caso. La gente ve una iglesia como un edificio cualquiera. Los chicos, como yo, vemos su portal como la portería perfecta para un partidito.
Para mucha gente se ha convertido en una especie de fósil, algo que con el tiempo se ha convertido en una piedra que ya nadie mira, que acabará extinguiéndose.
Y dentro de unos años sólo quedará ese fósil, lo llevarán a un museo y la gente pasará a observar algo que en su día fue lo más importante de la humanidad, convertido en nada.
Pasará como con el Rey. ¿Qué hace el rey? Casi nada. ¿Qué hace el Papa? Alguna cosa. ¿Qué hará el Papa dentro de unos años? Casi nada.
¡Menéalo!